Brave New World

Me desperté con el rumor del agua corriendo. Abrí despacio los ojos y pude ver que estaba tendido en la hierba. Me incorporé. No recordaba dónde estaba. Junto a mí, a unos cinco metros, se encontraba el río que había escuchado. Me encontraba en algo que parecía un gran claro de hierba rodeado de árboles. Por el color de las hojas deduje que el otoño estaba comenzando. Me levanté. Tenía los vaqueros ligeramente manchados de verde, pero eso no me importó. En aquel lugar no había ni rastro de civilización.

Un tintineo como de campanillas sonó entre los árboles. Otra vez, más a mi derecha. Me giré. Más a la derecha. Círculos, campanillas en círculos. Corrí hacia el sonido, pero este se alejó. Lo perseguí entre los árboles hasta que me perdí sin remedio. ¿Tenía este sitio algo que ver con el sitio donde había estado antes? Intenté empujar un árbol pero me resultó imposible.
-Así que este es el mundo de otro...-Murmuré distraídamente. La experiencia resultaba novedosa y a la vez aterradora.
Me senté en un tronco caído cubierto de liquen. El bosque parecía tremendamente salvaje, no como si estuviera lejos de la civilización, sino como si jamás hubiese oído hablar de ese concepto. Además, parecía extrañamente vivo. Empecé a recordar los bosques de mi propio mundo, los cerezos y los almendros que había hecho florecer con mi simple pensamiento, y poco a poco dejé de visualizarlos en mi mente. Me rodeaban. Los altos y vetustos árboles se alejaban poco a poco de mí, y los almendros de mi memoria brotaban y crecían a gran velocidad a mi alrededor. El bosque podía ser influido. No sabía si por el hecho de ser un creador o simplemente por la fuerza de los recuerdos.
Entonces caí en la cuenta de que no me hallaba en mi propio mundo. Con un esfuerzo supremo de voluntad hice que los brotes jóvenes dejasen de crecer, y muriesen. Los demás árboles lentamente se situaron en sus lugares originales, asustados. Hablaban entre ellos en un susurro, como el del viento entre las hojas.
Campanillas otra vez.
Me volví en la dirección del sonido y vi a una joven encantadora. Sonreía. No supe cómo, pero sonreía con todo el cuerpo. Desde sus ojos deliciosamente almendrados hasta el tintineo juguetón de las campanillas en sus tobillos. Me levanté para seguirla mientras se escabullía en la espesura. El ligerísimo revoloteo de su vestido de gasa verde era lo único que delataba su posición mientras la perseguía entre los gigantes arbóreos.
Poco a poco, me di cuenta, descendíamos hacia un valle relativamente despejado. Había allí un arco de piedra, como la entrada a una catedral, y dos hileras de bancos de piedra. Entre los bancos y a través del arco fluía un pequeño arroyo.el arroyo continuaba hasta el otro extremo del valle. En ese extremo no había árboles, ni se veía más tierra. "Es un descenso", pensé. "Una cuesta, y luego seguirá el bosque."
Mi pequeña ninfa de ojos rasgados cruzó descalza el arroyo y se sentó en uno de los bancos. Tenía los pies metidos en el agua y era la más perfecta imagen de la inocencia y la vida que yo jamás hubiera visto. Estiró la mano para señalarme el extremo del valle.
Fui hacia allí como en un ensueño. Al pasar junto a ella, pude captar su aroma, un olor cítrico, a limones. Una risita detrás de mí me hizo pensar que quizá la joven fuera algo más que una simple belleza exótica y sobrenatural. Había una gran inteligencia en esa risa.

Comoquiera que fuera, caminé hasta el final del valle. Y digo final porque lo que yo había interpretado como un descenso no era tal. El valle acababa en un acantilado de una altura vertiginosa. El pequeño arroyo se había ensanchado y caía en una formidable cascada justo a mis pies. Pero lo más impactante era lo que había abajo. La más exuberante jungla jamás imaginada, llena de pájaros de colores y flora exótica, se desplegaba a mis pies como un enorme colchón vegetal. La cascada daba origen a un lago de un intenso azul cobalto. Entre los enormes árboles se podían ver, si uno miraba con atención, restos de antiguas civilizaciones. En la lejanía, tan pequeño que apenas se distinguía, se podía ver el humo de un asentamiento.
Me quedé sin habla. Durante varios minutos estuve allí de pie, tratando de asimilar la belleza y la intensidad de todo lo que había allí abajo. Estaba tan absorto que no oí los delicados pasos que se acercaban a mi espalda.
Entonces una voz suave pero firme me habló al oído.
-¿Te gusta mi creación?
Me giré sobresaltado y sorprendido por la pregunta. Claramente había subestimado a la ninfa del vestido verde. Si ella era la creadora de este mundo, era entonces muy superior a mí.
-Creí que era un maestro y que mi mundo no podía mejorar, por eso lo abandoné. Veo ahora que estaba muy equivocado en mi orgullo.
-Es típico de los creadores masculinos. Probablemente hicieras un reino feudal o un imperio en el que fueras el dirigente absoluto. Muy montañoso, probablemente. Nunca he entendido esa manía en particular. Y ahora eres un vagabundo. Pues bien, vagabundo, te voy a mostrar cómo crea una mujer.
Con esas palabras, me empujó al vacío.

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