Al lector:
Estimado lector, espero que leas esto planteándote lo que ocurre. No quiero que cojas mis ideas y las emplees como una herramienta, sin comprenderlas. Yo quiero que pienses por ti mismo, que valores como están las cosas y llegues a tus propias conclusiones.
Atentamente...
Recorté la primera página del libro, este mensaje tan cargado de intenciones y lo doblé. Excelente material con el que empezar a trabajar. Ya tenía un propósito, ahora lo había llenado con palabras. Las palabras materializan nuestras ideas, las hacen comprensibles. Me guardé en pequeño papel amarillento y me tumbé en el suelo de la habitación. Debajo de mí había algo. Metí la mano y saqué un vinilo de Pink Floyd. Dark Side... Uno de mis favoritos. Me quedé con la vista clavada en la portada y me puse a pensar. Lo primero en lo que pensé fue en el papelito que tenía en el bolsillo. Lo saqué otra vez y lo leí de nuevo. Sin poder evitarlo me puse a reír. El papel estaba tan amarillo que el libro del que lo saqué tenía que ser una reliquia. Es lógico. Hoy día nadie piensa así. De hecho, hoy en día nadie piensa. Todos marchando como zombies al trabajo, al bar, de botellón. La rabia me hizo arder las mejillas. Arrojé el LP lejos pero con cierto cuidado de no romperlo y miré mi pared. Allí estaban todos ellos, ídolos, mitos de una edad lejana, la edad de la libertad de pensamiento, cuando las compañías no regían todo. Miro el póster ligeramente ladeado de Hendrix, y sonrío evocando la libertad de aquellos años que no viví, disfrutando como se disfruta un buen licor añejo, saboreándolo. Evasión, secreto anhelado. Me incorporo en busca de algo a mi alrededor. Un pequeño grupo de botellines de cerveza sin abrir se agrupan, como mirando con desdén a los tres o cuatro que están vacíos y tirados por el suelo. Que hermosa metáfora de la vida. Que ignorante son los pequeños botellines, ignorantes de que el estar agrupados los hace más estúpidos. Al final acabaréis igual, lindos botellines. Estiro la mano y me preparo para desvanecerme un rato...
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