Lord

El viejo volvió la vista hacia las colinas. Allí se encontraba la torre semiderruida que había sido su hogar durante tantos inviernos. Sintió hervir su sangre una vez más, pero era este un hervor pausado, tranquilo como su vejez. Se irguió imponente, con los rayos del sol crepuscular a su espalda, y volvió a ser durante unos instantes el orgulloso señor de aquellas tierras, como antes de la llegada de los sureños. Pasados esos instantes, miró de nuevo su destino, el viejo barco de madera. Una punzada de orgullo le llenó el corazón al ver ondear su tejón negro en la vela, y se dirigió hacia él apoyándose en su bastón. Cuando bajaba, recordó la última vez que había estado en aquél puerto que no era puerto siquiera, sino una pequeña bahía con espacio para un par de navíos.

La sangre le cubría el brazo de la espada mientras combatía a los invasores. Se volvió en busca de alguna nueva amenaza, pero sólo vio el sol saliendo en un campo de cadáveres. Había vencido, pero muchos de sus hombres habían acabado sus vidas de forma trágica aquella noche. Sin embargo, habían ganado el día para su señor, el señor del Tejón. El joven Lord se arrodilló para besar la tierra y dar gracias a los dioses por la victoria. Pero, a pesar de todo, la boca le sabía a ceniza y no estaba nada contento. Su propio hermano había muerto atravesado por una lanza. Se dirigió con un andar tintineante hacia los prisioneros empuñando su espada aún manchada. No habría piedad para los asesinos de su gente.

Tras esa batalla hubo otras, y algunas fueron victorias, pero las derrotas fueron muchas más. Finalmente se vio obligado a rendir sus armas y a retirarse a la torre como prisionero. Otros bárbaros vencieron a los primeros, y estos fueron exterminados por otras tribus, pero ninguno de ellos pensó en la vieja torre en las colinas ni en su noble ocupante. Así pasaron los años, y ahora que era hora de abandonar esta tierra el viejo lo hacía con la dignidad y el orgullo con que había vivido toda su vida. Apoyado en la baranda con el cabello agitado por el aire salitre del mar y con lágrimas deslizando sobre su barba cana, el viejo Lord se despidió de sus tierras y navegó hacia el crepúsculo.


P.D. Gracias a Polastras, de Bohemians Like You, he conseguido que esta entrada aparezca donde debía. Tres hurras por él.

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