Castillos en las Nubes

Después de escalar la montaña, la quietud y el aire helado de la cima resultan un shock enorme. Tras recuperarme unos instantes alzo la vista al cielo. Un instante de meditación y me pongo manos a la obra. Con un imperioso gesto unas formidables columnas de piedra se alzan cambiando la superficie de la roca. Los muros de mi castillo están terminados y el resto emerge rápidamente.

El último toque es añadir los estandartes. Parece claro, un avellano dorado sobre una grieta negra. El fondo es un campo verde. Con un empujón traspaso la puerta y subo los escalones hasta mi trono. Una vez en él, empiezan a llegar los cortesanos, que se sitúan alrededor. Hago aparecer una mesa de madera tallada, y dos filas de sirvientes entran desde detrás del trono. La más opulenta fiesta se desarrolla en el comedor, mientras yo observo aburrido, pensado en una joven, una avellana. Sonrío levemente, un banquete y yo pensando en avellanas. De pronto las puertas se abre un poco y entra una mujer, ataviada con una túnica alba resplandeciente, de la más fina seda. Me pongo en pie, súbitamente contento, y con un barrido de mi brazo todo desaparece, sirvientes, cortesanos, mesa, comida, todo. Sólo estamos ella y yo. El Rey de la Montaña y la Reina Avellana. Tomo su delicada mano blanca y comienzo un baile suave, mientras suena una balada rock, que parece surgir de las propias paredes del castillo y los recovecos de mi alma al mismo tiempo. Tras el baile y un apasionado beso, nos sentamos en los tronos, el suyo de madera de avellano y el mío de roca dura, huesos de montaña. Con las manos entrelazadas, los cortesanos reaparecen y nos saludan. La miro y sonrío de nuevo, esta vez radiante como una estrella. Ella me sonríe y mi felicidad es por fin completa.

2 comentarios:

  1. Bueno, parece que ya nos has abandonado. ¡Una pena! Mucha suerte, quizás sigas madurando después de este parón y algún día te encuentres con nuestro grupo.

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